El machismo y el lenguaje. Parte I: el mensaje
Últimamente, y cada vez más, he oído decir eso de que el lenguaje es machista o sexista.
Para empezar, no soy experta en género (en lo que a humanos se refiere) pero sí soy experta en lenguaje, así que quiero que quede claro que todo lo que voy a escribir es desde ese punto de vista.
¿Es en realidad el lenguaje machista?
¿Queréis la respuesta fácil o la difícil? El que quiera la fácil, algo tipo “sí” o “no”, mejor que acuda a un blog feminista, donde le dirán que sí. Rotundamente y sin matices. Pero este es mi blog y aquí las cosas no son blancas ni negras, ni tampoco estoy aquí como feminista.
Para poder decir que el lenguaje es machista, lo primero que habría que saber es a qué se refieren con lo de “lenguaje”. Porque el lenguaje es algo tan, pero tan complejo que dudo que lo sepan. Me encantaría hablarles de ello, pero será en otra ocasión.
Hoy vamos a centrarnos en el lenguaje como proceso de comunicación. Esto es, lo que hace que un mensaje llegue de un emisor a un receptor por un canal determinado. En ese sentido, el lenguaje empieza con una idea en mi cabeza y termina cuando tú la recibes, la procesas y reaccionas a ese mensaje.
Sin embargo, este proceso es complicado, ya que el mensaje se ha transformado por el camino. Así, por simplificar, podemos decir que en todo proceso de comunicación hay tres mensajes:
- mensaje latente: la idea que quiero expresar
- mensaje literal: las palabras que pronuncio, los gestos, la entonación, etc.
- mensaje recibido: la imagen que el receptor infiere a partir del mensaje literal.
Con un poco de suerte y si el emisor lo ha hecho bien, los tres mensajes pueden coincidir, pero por desgracia esto no es lo habitual: normalmente, decimos más de lo que queremos decir y es difícil saber exactamente qué interpretación da el receptor a nuestro mensaje.
Si el lenguaje en general fuese machista, ¿cuál de los tres mensajes tendría que serlo? ¿Todos?
Por lo que he podido ver, las voces que hablan de machismo/sexismo del lenguaje se centran en el mensaje literal. O, lo que es lo mismo, si yo voy a hablar de un conjunto de representantes y hablo de “los diputados” mi lenguaje es machista, si digo “los diputados y las diputadas”, no. Por más que en mi cabeza haya visualizado exactamente el mismo grupo de personas, que incluye hombres y mujeres.
Bien. Dejemos a los diputados para más adelante. Ahora lo que me interesa es la transformación del mensaje. Por desgracia, el lenguaje es una herramienta y a la vez un arma muy potente, tanto a nivel social como cultural. Y es que el lenguaje necesita dos compañeros de viaje que garanticen el éxito de la comunicación: el contexto y el entorno.
En efecto, cuanto más coincidan el contexto y el entorno de emisor y receptor, más se parecerá el mensaje latente al recibido, independientemente de lo que diga el mensaje literal.
Ahora vayamos al ejemplo.
Imaginemos a Ana, una adolescente que se ha ido de excursión al campo con sus compañeros de clase.
De pronto se separa del grupo, atraída por unos cerditos que ha visto en una granja. Intenta coger a uno de ellos para llevárselo a casa, pero la madre (del cerdito, se entiende), enfurecida y celosa, le ataca. Así que nuestra amiga suelta al bebé cerdito y vuelve, toda llena de barro y de hematomas y avergonzada, con su grupo.
Obviamente su profesora (o profesor, en este ejemplo da lo mismo una cosa que otra), al verla de esta guisa, le pregunta:
—Ana, ¿qué te ha pasado?
Y Ana contesta, en un tono neutro y mucha naturalidad:
—Un cerdo se me ha tirado encima.
¡Ojo! Ana sabe perfectamente que el cerdo que le atacó es hembra, pero si dijera “una cerda” la profesora podría sospechar que ella había atacado a sus crías primero, con el consiguiente castigo.
Pero resulta que la profesora se imagina a otro tipo de cerdo. Uno más bestia que la autora del crimen. Así pues, sin que Ana tuviera otra intención más allá de salvar su pellejo, un granjero es acusado poco más que de violación.
Supongamos ahora que a Ana le diera igual que la pillaran y que hubiera dicho específicamente que “una cerda” se le había tirado encima.
En ese caso, dado el historial de Ana, lo que la profesora entendería sería que se había enzarzado en una pelea con una compañera, posiblemente por algún chico. El resultado sería echar la culpa a Ana y castigarla aunque por una razón distinta a la que Ana tenía en mente.
¿Se ve la diferencia? ¿Dónde está aquí el machismo o el sexismo en este ejemplo, si es que lo hay? En el lenguaje desde luego va a ser que no.
Ahora, vayamos más lejos. Imaginemos la misma situación. Solo que esta vez la persona que va a por los cerditos se llama Manolo.
Si Manolo opta por esquivar el castigo y dice que se le ha tirado un cerdo encima, tal vez la profesora no sabrá de qué clase de cerdo le está hablando, puede que le pregunte más sobre el asunto o aunque lo más probale es que directamente entienda que se refiere al animal rosado y le dé igual que el atacante sea macho o hembra.
Si, en cambio, Manolo habla de “una cerda” diría que la profesora aún tendría menos dudas. La profesora probablemente sí se daría cuenta de que Manolo había provocado a la madre de las criaturas, y es que recordemos que Manolo es un gamberro nato. (Si se refiriera a una persona, algo en el tono de voz le habría delatado y la situación no remitiría precisamente a una pelea en el imaginario colectivo y dudo que se le aplicara castigo ninguno).
Vale, es un ejemplo un poco tonto, lo sé. Y evidentemente la profesora no tiene por qué reaccionar de esa manera, sin embargo cualquiera de las conclusiones que saque en este asunto están relacionadas con su experiencia y su percepción de la realidad.
Ahora lo volveré a preguntar: ¿Hay sexismo en este ejemplo? ¿Dónde, exactamente? Si sabes la respuesta, no dudes en dejar tu comentario.